Hola, este el artículo para conectar "Variaciones en rojo" y Operación masacre... ¡buena lectura!
Walsh En y
Desde el Género Policial
Por Jorge Lafforgue
Publicado
digitalmente: 31 de julio de 2004
Mientras
buscaba renovar el género policial por una senda tradicional, Rodolfo Walsh lo
revolucionó desde otro lugar.
Walsh había
nacido en Choele-Choel (Provincia de Río Negro) en 1927 y había recibido una
educación severa en internados regidos por curas irlandeses. Muy joven comenzó
a trabajar en la editorial Hachette, de Buenos Aires, donde tuvo un contacto
directo y asiduo con la narrativa policial, que en ese momento gozaba de muy
buena salud.
Desde mediados
de los ‘40 habrían de aparecer regularmente sus traducciones de Ellery Queen,
Víctor Canning y, sobre todo, Cornell Woolrich/William Irish en las difundidas
colecciones Evasión y
Serie Naranja (aunque
también tradujo algún título de El
Séptimo Círculo en 1952). Para esta fecha ya ha comenzado a
publicar sus propios cuentos en dos revistas de amplia circulación, Leoplán
y Vea y lea, cuentos que se mueven entre el relato fantástico (“Los ojos
del traidor”, “El viaje circular”) y el social (“Los nutrieros”), que utiliza
elementos del policial, género hacia el que se irá volcando el grueso de la
producción walshiana en su etapa inicial. Tal preeminencia queda claramente
consignada en 1953 a
través de dos libros: una antología y tres “variaciones” del autor.
Diez
cuentos policiales argentinos tiene mucho de fundacional, porque es, sin
vuelta de hojas, la oficialización del género desde su propia dinámica. En la Argentina podemos
remontar el cuento y la novela policiales hasta sus lejanos orígenes: Groussac
y Varela, respectivamente; podemos seguir con detalle su evolución a orillas
del Plata hasta la notable explosión de los años ‘40; podemos, incluso, señalar
otros muchos factores complementarios, como colecciones o publicaciones que
apuntalan esa narrativa con fuerza; pero todas esas precisiones, que hoy el
rastreo histórico posibilita, encuentran su primer alerta o llamado de
atención, su primer lúcido reconocimiento global, en la excelente selección de Walsh.
El volumen 29 de la colección Evasión
comienza con una breve nota introductoria que, a pesar de su brevedad, bien
puede considerarse como el primer ensayo sobre la gestación del género entre
nosotros, y, se cierra, espléndidamente, con “Cuento para tahúres”, un texto
del propio Walsh.
Por su parte, Variaciones
en rojo, libro que será premiado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires,
recoge tres novelas cortas de Walsh: “La aventura de las pruebas de imprenta”,
“Asesinato a distancia” y el relato que da título al volumen (Serie Naranja, número 192). Estos
tres textos, cuya clave es el desciframiento de un enigma, según un
razonamiento rigurosamente concatenado, que sortea las apariencias y da “jaque
mate” sin adornos ni alharacas, son tres clásicos. Se ha puntualizado con
respecto a estos textos el cuidado con que el autor supo vertir las pautas del
policial según sus ejemplos más altos: Conan Doyle está sin duda presente en
estas Variaciones en rojo que remiten al Estudio en escarlata; en
el aficionado Daniel Hernández, que resuelve los casos corrigiendo el saber
oficial, el del comisario Jiménez; en la geometrización del espacio narrativo,
que evidencian los gráficos; etcétera.
Pero si en
este primer Walsh están presentes los maestros de la tradición inglesa del
género, no menos -si no más- está presente Borges. En parte por lo canónico
compartido, pero sobre todo por la mirada erosionante de esos mismos saberes;
mirada que ejerce el humor, la ironía, la parodia; mirada que se posa en varias
zonas despreciadas de la producción literaria, en particular sobre ese género
de los bajos fondos: el relato policial.
Pocos meses
después de aparecido su primer libro y la mencionada antología, en febrero del
‘54, Walsh publica un artículo en el diario La Nación, “Dos mil
quinientos años de literatura policial”, que además de ratificar su interés por
el género, opta por una variante abierta en cuanto a los orígenes del mismo,
rastreando elementos del policial en los textos bíblicos, en los clásicos
grecorromanos y, contribución personal, en un preclaro pasaje del Quijote.
De modo tal que Walsh no se planta obcecadamente en Poe; y si bien reconoce la
existencia de una codificación, no postula que sus artículos deban ceñirse sólo
a casos cerrados.
Durante ese año
y los siguientes Walsh publica en revistas de interés general tanto cuentos
como notas y artículos. Estos últimos pasan de los temas “culturales” a los de
“actualidad”; y muchos de ellos aparecen firmados por Daniel Hernández, nombre
de aquel esmirriado e inteligente detective de sus primeros cuentos, pero
también el confidente -el que escucha, interroga y transcribe- del comisario
Laurenzi, protagonista de una segunda tanda de relatos policiales escrita por
Walsh de 1956 a
1961 (en la revista Vea y Lea se han podido ubicar siete “casos” de
Laurenzi, seis de los cuales recogí en el volumen La máquina del bien y del
mal, Buenos Aires, Clarín /Aguilar, 1992, págs. 15-95).
“Traducir” o
“nacionalizar” el género policial planteaba -aún plantea- varias cuestiones
espinosas a nuestros escritores. Si Jorge Luis Borges y Leonardo Castellani
habían brindado respuestas verosímiles, no lograban sin embargo despegarse de
las venerables sombras inglesas. La promoción posterior a esos maestros realiza
un intento quizá más válido, con un mayor sabor de autenticidad. La figura del
detective y el escenario de la acción constituyen dos nudos problemáticos sobre
los que trabajan los integrantes de esa promoción. Walsh es uno de ellos y los
cuentos protagonizados por el comisario Laurenzi son su mejor apuesta en tal
sentido.
Laurenzi tiene
rasgos similares a otros comisarios que asoman a la ficción policial argentina
por esos años: Laborde (Manuel Peyrou), Leoni (Adolfo Pérez Zelaschi), Frutos
Gómez (Velmiro Ayala Gauna). “Todos ellos son provincianos, están solos o no
tienen familia y relatan sus aventuras justicieras a un interlocutor
-periodista y/o escritor- desde la serenidad que les proporciona su condición
de hombres retirados de la institución policial. Estas características,
enunciadas con brevedad, permiten recordarnos la filiación a la narrativa
ingles clásica, en el sentido de que ciertos tópicos del género, como es el
celibato y una acentuada misoginia, persisten entre los nuestros” (Braceras,
Leytour y Pittella).
Si bien en un
primer momento nos parece advertir una contraposición entre los detectives
ingleses, desdeñosos de la policía oficial, y nuestros comisarios que, en tanto
tales, pertenecen a la misma; esa diferencia se atenúa notablemente cuando
observamos que la relación de nuestros comisarios con la institución suele ser
equívoca. Al menos en Laurenzi, a medida que transcurren los años, esa relación
“se va
tensionando -como puntualizan las mencionadas estudiosas- de tal manera que
determina en él un sentimiento de fracaso como comisario. Por otra parte, y
como ya sabemos, esa tensión entre la ley y la verdad está ampliamente
tematizada en el género y de la misma da cuenta Walsh al provocar en su
comisario una paulatina transformación que lo lleva a colocarse en el punto de
vista del criminal, o para decirlo con las palabras del héroe: ‘Yo notaba que
me iba poniendo flojo, y era porque quería pensar, ponerme en el lugar de los
demás, hacerme cargo. Y así hice dos o tres macanas hasta que me jubilé’.
Ponerse en el lugar de los demás puede leerse como ponerse en el lugar del
criminal, compadecerse de él, identificarse con él y de esta manera hasta
justificar el delito. Es por eso que en los cuentos que componen la saga
Laurenzi, la figura del criminal se desdobla: es ‘victimario’ -mata, roba o
delinque-, porque en una situación anterior o simultánea ha sido ‘víctima’ del
que a su vez ha sido directa o indirectamente su victimario.”
Tal sería (ha
sido en años recientes) una lectura pertinente de la producción narrativa de
Walsh en sus doce primeros años, o sea desde 1950 (“Las tres noches de Isaías
Bloom”) hasta 1962 (“Cosa juzgada”). Ambos cuentos se publicaron en Vea y
Lea, por haber sido premiados respectivamente en el primer y segundo
concurso de cuentos policiales organizados por esa revista. En ella, en
septiembre de 1961, junto con su también premiado relato “Transposición de
jugadas”, que ilustra Hugo Pratt, aparece una nota-reportaje donde Walsh
reafirma su convicción sobre “La muerte y la brújula” (Borges) como el mejor
cuento policial de autor argentino y Las nueve muertes del padre Metri
(Castellani) como el mejor libro del género; pero a la vez expresa que “la
literatura policial es un ejercicio entretenido y a la vez estéril de la
inteligencia”.
Consecuentemente,
en los años siguientes hasta su trágica desaparición en marzo de 1977, Rodolfo
Walsh va asumiendo un creciente compromiso con la militancia política (que
deriva en su ingreso a los grupos armados del peronismo) a la vez que en un
desgarrado abandono de la escritura. Sin embargo, hacia mediados de los años
‘60 aún realiza una intensa actividad literaria, que se traduce en un par de
obras de teatro, dos excelentes libros de cuentos (Los oficios terrestres,
1965; Un kilo de oro, 1967), una antología (Crónicas de cuba,
1969) y varios textos que aparecen en volúmenes colectivos o periódicos del
momento, como Panorama y Primera Plana. En esta vasta producción,
el policial está presente sólo indirectamente, (mediante la utilización de
recursos y técnicas del género o en las traducciones de Chandler o McCoy para la Serie
Negra dirigida por Ricardo Piglia), como si
de esta manera el autor corroborase su alejamiento de todo “entretenimiento”,
de toda “evasión”. Pero no, esto supone adoptar una óptica cómoda, situando a
Walsh en el desarrollo del género policial en la Argentina junto a
escritores como los mencionados Pérez Zelaschi o Ayala Gauna, en un lugar de
inflexión nacional, de búsqueda de arraigo, pero que Walsh deja en el preciso
momento en que hace pie firme. Como si veinte años después repitiese el gesto
borgeano de renuncia al género en su propia escritura (aunque sin dejar las
fuertes marcas que dejara Borges en los ‘40). Pero no, otras son las
circunstancias y otro el juego.
Es verdad que
también podríamos preguntarnos por qué Walsh no adopta el camino que por esos
tiempos emprenden algunos jóvenes (Martini, Sinay, Tizziani, entre otros) que
se inician en las letras y que ven en la vertiente negra del género una forma
de aunar el ejercicio literario con el compromiso político: mediante una prosa
fuerte, sin afeites, denunciar a quienes han instaurado en el seno de nuestra
sociedad la corrupción y la violencia. La respuesta a este y otros
interrogantes debemos buscarla en los textos del propio Walsh; muy en
particular en una senda que él comenzó a transitar muy tempranamente (casi al
mismo tiempo que bosqueja, por otro lado -¿sin ninguna concomitancia?- la
figura del comisario Laurenzi), cuando en el año 1956 emprendió la
investigación sobre los fusilamientos ilegales de José León Suárez que le
llevará, primero, a las denuncias de Propósitos y Revolución Nacional y
luego, entre mayo y julio de 1957,
a aquellas notas ejemplares en la revista Mayoría,
que conformarán el cuerpo de un libro que se publica en diciembre de ese mismo
año: Operación Masacre. Un procedimiento de publicación similar -de las
notas periodísticas al libro- utilizará para otras dos obras fundamentales : Caso
Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo? Más allá de las diferencias, en
particular de acento ideológico, que cabe observar en estos tres libros (a los
que bien podrían sumarse algunos otros textos walshianos no reunidos en libro),
los tres se encuadran en lo que hoy suele denominarse “periodismo de
investigación” o, también y como se lo ha señalado más de una vez, en esa zona
de la producción literaria que, a partir de Mailer y Capote, se ha dado en
llamar non fiction o “nuevo periodismo” (cfr. Ana María Amar Sánchez: El
relato de los hechos. Rodolfo Walsh: testimonio y escritura, Rosario, Beatriz
Viterbo Editora, 1992, seguramente el mejor estudio en tal sentido).
Como otras
grandes obras de la literatura argentina -no por azar surge el recuerdo de Facundo-,
Operación Masacre y sus similares walshianos son, considerados desde
ópticas convencionales (me refiero a aquellas deudoras de las preceptivas
clásicas), híbridos genéricos. Pero, tal vez por ello mismo, son a un tiempo
obras fundacionales de la literatura nacional. Obras que violentan los esquemas
y los discursos acordados, obras renovadoras. ¿Y el policial? Es obvio que en
estos textos Walsh no sigue ningún modelo impuesto, ni clásico ni negro, ni
tampoco intenta una traducción plausible. Su propuesta es otra, de otra índole;
pero, desde el punto de vista de la eficacia literaria, no hay duda de que los
recursos y las técnicas más y mejor utilizados provienen del género policial.
Del uso que él supo darles. Apropiación nada indebida, entonces.
Porque
escribir dentro de un género supone no traspasar sus límites, acatar sus reglas
y convenciones; ya que hasta la parodia más desaforada no las infringe, sino
que las deja al desnudo, respeta el juego. Por eso, cuando la escritura desiste
de recrearse, cuando sus referentes son los vendavales de la historia y los
asume con la plenitud de sus medios, se produce una ruptura. Lo que de esa
ruptura surge es nuevo, inédito, no fácil de digerir. Así ocurre en la
escritura de Walsh. Sin embargo, al romper su pacto con el género (y pese a su
actitud injustamente desdeñosa hacia el mismo) no arroja sus enseñanzas al
cesto de los deshechos sino que las potencia, fusionándolas con nuevos
aprendizajes, construyendo, con asombro, con exasperación, con lucidez, otro
saber.
La elección
walshiana, de radical contundencia, no tiene sucesión inmediata. Pero hoy bien
podemos considerarla un precedente de los “desvíos” que marcarán años después
los mejores textos de Piglia, Martini, Soriano, Gandolfo o Feinmann, deudores
confesos y críticos de un género que también ellos supieron renovar en otras
instancias.
El artículo de Elena Braceras et al., así como otros estudios sobre la obra de
Rodolfo Walsh, que complementan y clarifican algunos planteos del texto
precedente y que, en conjunto, ofrecen el panorama crítico más completo sobre
el autor hasta el momento, se hallan en el número especial que, bajo mi
coordinación, le dedicara la revista Nuevo Texto Crítico, Stanford
University, año VI, julio 1993-junio 1994, num. 12/13; 320 págs. [Adenda:
Recientemente este volumen ha sido reeditado en nuestro país; cf. Jorge Lafforgue
(Ed.): Textos de y sobre Rodolfo Walsh. Bs. As., Alianza, 2000.] (N del
A)